Ligera y sin la carita de esfuerzo voy redescubriéndolo todo. Nos estamos mudando, sí, mis personalidades y yo. Me voy a otro continente con mi fábrica de pequeñas cosas.
Decir que tengo la vida, nuevamente como una hoja en blanco dispuesta a ser escrita una vez más, es demasiado cliché. Prefiero contarles por ejemplo, que ansío el sabor de otra sonrisa dentro de mi boca, un nombre que envuelva mis ideas, alguien lejano que no lo sea más.
Tengo que librar algunas batallas más, detesto limpiar el baño, a veces comparo algunos días con las baldosas de las esquinas, siempre olvidadas y sin brillo.Y así divago, en espera, de esa fecha que nos llevara lejos.
Me emociona la partida, me alivia no llevar ninguna herida mal curada, tengo ganas de ponerme morena este verano, y no cortarme el cabello un año. Ver el sol nacer es bonito, pero no hay nada más hermoso cuando se pone, y los colores sobre la línea del horizonte; quiero ponerme yo sobre la noche.
Aunque sienta raro andar con la mirada discreta entre tantas miradas extrañas, recuerdo haberlo hecho una vez, no es volver atrás, es reciclar, es rítmico, es constante y con el tiempo será hasta cadencioso.
Siempre estoy pensando en el sol, el verano, y en que no debo encadenarme a nada ni nadie tan temprano, pero anoche soñé con nieve, soñé resbalando apurada en las aceras, exhalando vapor, metiéndome las manos heladas bajo la camiseta y luego soñé con alguien, alguien que me llevo a jugar al bosque.
Me lanzaba bolas flojitas.